El silencio es el único amigo que jamás traiciona. Confucio.
Los seres humanos somos comunicación permanente.
Comunicamos al hablar, cantar, reír, bostezar, gesticular, caminar, mirar, abrazar, sonrojarse, en fin, nuestra voz, palabras y cuerpos hablan siempre.
El silencio es la ausencia de sonido.
Pero, ¿y qué ocurre cuando no decimos nada ni hacemos nada?
Esta es una forma paradójicamente elocuente de decir; “esto pienso”.
Le pongo un primer ejemplo.
Está ante un auditorio.
Todos hablan sin importar que esté ahí con el micrófono en las manos.
Calle y mire a unos y otros.
Verá que el silencio aflora.
Espere que sea total. Todos callarán. Entonces empiece a hablar.
El silencio abre las puertas a formas nuevas de pensar, sentir y actuar.
Permite conocernos en lo interior.
Preguntarnos qué y quienes somos.
La práctica del silencio trae paz y energía, controla el acto de hablar que consume fuerzas, porque agota el oxígeno del cuerpo y la mente.
El exceso de palabras hace que la mente se recaliente y produzca impaciencia, agonía e ira en los demás.
El mejor expositor es el que guarda silencio para escuchar mejor, aprender más y responder atinadamente.
Como dice el periodista norteamericano Larry King, “nunca aprendí nada mientras hablaba”
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