La parte emotiva de todo discursante es la mitad del mensaje.
La sola expresión de la cara es el acondicionamiento perfecto para preparar a los interlocutores o a un público determinado.
Cada gesto, movimiento de los ojos, la boca, la cabeza en su conjunto, en armonía con los brazos y las manos, conforman la coreografía perfecta para ser añadida a unos pasos espontáneos del cuerpo en su conjunto.
La voz y sus inflexiones refleja los pensamientos y sentimientos que deben ir en sintonía dentro de ellos y acordes a las circunstancias y momentos especiales.
La sinceridad y la sensibilidad acondicionan el intercambio necesario entre expositor y escucha.
Mientras más sinceridad exista, mayor receptividad se obtiene.
Mientras más sensibilidad se muestre, mayor empatía reina en el ambiente.
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