
Un padre, presidente de la asociación de padres de familia de un colegio, preparó meticulosamente su discurso para conmemorar el centenario de la institución educativa.
Al ser anunciado, caminó con pasos cortos hacia el centro del escenario.
Al subir al podio, las hojas de su discurso comenzaron a temblar en sus manos —una de ellas incluso se escapó hacia el público— mientras el sudor de su frente nublaba su visión.
Su respiración se volvió irregular, la camisa se adhirió a su cuerpo por la transpiración, su voz se quebró y las palabras salieron entrecortadas, en sílabas tenues y desconectadas.
Se mostró ante su audiencia nervioso y dubitativo.
No logró el efecto deseado: conmover al auditorio.
Este hecho, real y lamentablemente frecuente, ilustra una experiencia común: frente a un examen oral, una entrevista laboral, una conferencia, una conversación, incluso ante un discurso sencillo, muchas personas padecen estrés, esa energía negativa que genera ansiedad y sienten temor, es decir, manifestaciones neurofisiológicas adversas.
El miedo escénico desencadena una cascada de síntomas físicos y manifestaciones emocionales.
- Boca seca (ausencia de saliva).
- Temblores en las piernas (especialmente la derecha al estar de pie).
- Alteración del ritmo respiratorio.
- Voz entrecortada, tartamudez o tonos agudos y destemplados.
- Sudoración excesiva (hiperhidrosis) en manos, frente, axilas y plantas de los pies. Recordemos que las manos concentran dos tercios de las glándulas sudoríparas.
- Aceleración del ritmo cardíaco.
- Aumento de la presión arterial (pudiendo llegar a causar desmayos).
- Espasmos abdominales y alteraciones digestivas (en casos extremos; dolores, náuseas, diarreas y vómitos).
- Contracción muscular en la nuca (reflejo de pánico) y tensión general que limita el movimiento.
La inhibición oratoria es un fenómeno que no discrimina.
De hecho está considerada una forma de fobia social.
Afecta por igual a abogados, médicos, políticos, docentes, vendedores, comunicadores y a cualquier profesional cuya labor implique hablar en público.
Ocupa un lugar destacado en el ranking de fobias. Inclusive empresarios expertos en negociación pueden sentirse vulnerables al exponer públicamente.
En ese momento, la sensación de soledad se intensifica asociada al miedo al cambio.
Al pasar de la butaca o silla (zona de protección) al espacio de exposición, surgen preguntas ansiosas:
¿Tendré una buena imagen?
¿Me aceptará el público? (cuestionamiento típico del trastorno de ansiedad social, TAS).
¿Recordaré todo lo que debo decir?
¿Se me escuchará correctamente?
El temor no se correlaciona con el tamaño del auditorio ni con la categoría de los oyentes.
Grandes oradores de la antigüedad, como Cicerón y Demóstenes, también lo padecieron.
Reflexión final:
La falta de conciencia y comprensión de nuestra propia fisiología, psicología y naturaleza esencial contribuye a perpetuar esta angustia.
Reconocer el temor oratorio como una experiencia humana compartida es el primer paso para transformarlo en una oportunidad de crecimiento y conexión auténtica.

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